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viernes, 26 de agosto de 2016

Algunos dicen que a cierta edad...




Algunos dicen que a cierta edad...
Dicen algunos que a cierta edad, después de los cuarenta, nos hacemos invisibles, que nuestro protagonismo en la escena de la vida declina, y que nos volvemos inexistentes para un mundo en el que sólo cabe el ímpetu de los años jóvenes.
Yo no sé si me habré vuelto invisible para el mundo, es muy probable, pero nunca como hoy fui tan consciente de mi existencia, nunca me sentí tan protagonista de mi vida, y nunca disfruté tanto de cada momento como ahora.

Ahora sé que no soy la princesa del cuento de hadas y que no necesito que me venga a salvar un príncipe azul en su caballo blanco, porque ni soy una princesa, ni vivo en una torre, ni tengo a un dragón que me esté custodiando.


Hoy me reconozco mujer, capaz de amar.
Sé que puedo dar sin pedir, pero también sé que no tengo que hacer nada, ni dar nada que no me haga sentir bien.

Por fin descubrí al ser humano que sencillamente soy, con sus miserias y sus grandezas.
Descubrí que puedo permitirme el lujo de no ser perfecta, de estar llena de defectos, de tener debilidades, y de equivocarme, de no responder a las expectativas de los demás y hasta de hacer algunas cosas indebidas y a pesar de ello, sentirme bien.



Y por si fuera poco, saberme querida por muchas personas que me respetan y me quieren por lo que soy, si, así un poco loca, mandona y muchas veces terca. Pero también cariñosa, tierna, mimosa y a veces algo triste, porque también tengo mis momentos tristes, esos en que pongo mi cara larga con un aire nostálgico y me da por llorar.


Cuando me miro al espejo ya no busco a la que fui en el pasado, sonrío a la que soy hoy, me alegro del camino andado, y asumo mis errores.
¡Qué bien no sentir ese desosiego permanente que produce correr tras los sueños!

¡Qué bien! Ya aprendí a tener paciencia, aunque reconozco que me costó un poco madurar.
Hoy sé, por ejemplo, que no puedo retener el mar, aunque cuando estoy en la playa no quisiera dejarlo nunca. Así que lo contemplo, me lleno de ese momento único y cuando llega el momento de partir, simplemente me despido diciéndole. ¡Hasta pronto!
También hoy sé que mis amigos y amigas son peregrinos del mismo camino, y que en cualquier momento en el que nos encontremos, nos seguiremos queriendo.


Hoy sé que nadie es responsable de mi felicidad, solo yo.
Hoy sé que el viento extiende sus brazos cuando camino por la calle y que solo depende de mí sentirlo.
Hoy sé que la vida es bella… Porque la he visto partir ya muchas veces.
Hoy vivo la vida así como es, bonita con sus idas y venidas, con sus amores y desamores, con sus ratos de marea baja, con sus puestas de sol, con su ruido incesante.
Sólo quiero dejarla correr, sin pedirle nada. Sólo quiero tener lo que yo me busque, sólo quiero lo que yo merezca.
Hoy sé que no soy una mujer invisible, porque Dios siempre está en mi camino...



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